quinta-feira, 29 de agosto de 2013


ORACIÓN A LA SABIDURÍA ETERNA

¡Sabiduría eterna! ¡Soberana del cielo y de la tierra! Postrado humildemente ante Vos, os pido perdón por mi atrevimiento de hablar de vuestras grandezas, siendo como soy tan ignorante y tan criminal. Os ruego que no miréis las tinieblas de mi espíritu ni la imperfección de mis labios; y si las miráis, que sea únicamente para destruirlas con una mirada de vuestros ojos y con un soplo de vuestra boca.

¡Son tantas vuestras bellezas y vuestras dulzuras; me habéis preservado de tantos males y colmado de tantos bienes y, por otra parte, sois tan desconocida y tan despreciada! ¿Cómo queréis que guarde silencio? No sólo la justicia y el agradecimiento, sino mi propio interés, me obligan a hablar de Vos, aunque lo haga balbuciendo como un niño. Es cierto: no hago sino balbucir; pero es porque soy aún niño, y balbuciendo deseo llegar a hablar bien cuando haya llegado a la plenitud de vuestra edad. 

2. No parece que haya orden ni concierto en lo que escribo, lo confieso; pero es que tengo tal ansia de poseeros, que, a ejemplo de Salomón, os busco por todas partes dando vueltas sin método. Si trato de daros a conocer en este mundo, es porque Vos misma habéis prometido que quienes os esclarecieren y manifestaren poseerán la vida eterna.

Aceptad, pues, amable Princesa mía, mis humildes balbuceos cual si fueran discursos elevados; recibid los rasgos de mi pluma como tantos pasos que doy para hallaros; derramad desde vuestro elevado solio tantas bendiciones y tantas luces sobre cuanto quiero hacer y decir de Vos, que todos aquellos que lo oigan se sientan inflamados de un nuevo deseo de poseeros en el tiempo y en la eternidad.

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