sexta-feira, 28 de março de 2014

FE EN LA PALABRA DE DIOS (Sermón de San Cirilo de Alejandría)
Altercaban entre sí los judíos, ¿cómo puede éste darnos a comer su carne?
Está escrito: todos (los dichos de mi boca) son claros para los inteligentes, y rectos para los que encuentran la ciencia (Pro 8:9); mas para los necios, aun lo más fácil se torna oscuro. El oyente inteligente, en efecto, guarda en el tesoro de su alma las enseñanzas más evidentes, sin admitir ninguna duda sobre ellas. Si algunas le parecen difíciles, las examina con diligencia y no cesa de buscar su explicación. En este afán por alcanzar lo bueno, me recuerdan a los perros de caza que son buenos corredores: dotados por la naturaleza de un olfato extraordinario, andan siempre dando vueltas en torno a los escondrijos de las piezas que buscan. Pues ¿acaso las palabras del profeta no invitan al sabio a hacer lo mismo, cuando dice: busca con toda diligencia y habita junto a mi? (Is 21:12).
Conviene que el que busca lo haga con diligencia, es decir, poniendo en ello toda la tensión del alma, y no pierda el tiempo en vanos pensamientos. Cuanto más dura sea la dificultad, tanto mayor ha de ser el ánimo y el esfuerzo que hay que poner y con el que hay que luchar para conquistar la verdad escondida. En cambio, el espíritu rudo y perezoso, si hay algo que no alcanza a comprender, enseguida se muestra incrédulo y rechaza como adulterino todo lo que supera su entendimiento, llevado por su necia temeridad a una extrema soberbia. Porque el no querer ceder ante nadie en las propias opiniones, ni pensar que hay algo superior a la propia inteligencia, ¿no es esto en realidad lo que acabamos de decir?
Si examinamos la naturaleza del hecho, encontraremos que ésta fue la enfermedad en que cayeron los judíos; porque debiendo recibir diligentemente las palabras del Salvador, cuya virtud divina y extraordinario poder — manifestados por los milagros — los llenaban de admiración, y debiendo recapacitar sobre las cosas difíciles que oían y ver la manera de entenderlas, salen neciamente con aquel cómo, refiriéndose a Dios, como si ignorasen que su modo de hablar era tremendamente blasfemo. Dios tiene poder para hacer todas las cosas sin esfuerzo alguno; pero como ellos eran hombres animales — como escribe San Pablo —, no percibían las cosas que son del Espíritu de Dios (I Cor 2:14), sino que pensaban que aquel venerable misterio era una necedad.
Tomemos, pues, ejemplo de aquí, y enmendemos nuestra vida en las mismas cosas que a otros hacen caer, para tener una fe libre de curiosidad en la recepción de los divinos misterios. Y cuando se nos enseñe algo, no respondamos con aquel cómo, porque es palabra de los judíos y causa de la última condenación (...). Haciéndonos prudentes con la necedad de los otros para buscar lo que nos conviene, no usemos ese cómo en las cosas que Dios hace; por el contrario, procuremos confesar que el camino de sus propias obras es para Él perfectamente conocido.
Asi como nadie conoce la naturaleza de Dios y, sin embargo, es justificado el que cree que existe y que es remunerador de los que le buscan (Heb 11:6), así también, aunque ignore el modo en que Dios realiza las cosas en particular, si confía a la fe el resultado y confiesa que Dios, superior a cuanto existe, lo puede todo, recibirá un premio no despreciable por su recta manera de pensar. Por eso, queriendo el mismo Señor de todos que nosotros tengam

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