sexta-feira, 1 de novembro de 2013


Sentido de la realeza

La realeza de María es una participación de la realeza de Cristo. María participó en su mediación, colaborando con Él a la redención de los hombres, y participa ahora como mediadora y Madre espiritual en la aplicación de las gracias de la salvación. Participó también en su triunfo sobre la muerte y el pecado; y, en consecuencia, en su realeza.

La realeza de María es una prerrogativa personal, de idéntica naturaleza y de una dimensión similar a la realeza de Cristo, subordinada y dependiente de Él, salvando siempre -como es natural- la distancia que existe entre una pura creatura, como es María, y Jesucristo, que es Dios e Hijo de Dios, de la misma naturaleza que el Padre.

Cristo es Rey del universo, no por la condición de su naturaleza humana, sino por la dignidad de su Persona; porque es Dios e Hijo de Dios. Ahora bien: Cristo es tam­bién hombre, que reúne en sí las excelen­cias y los tesoros de la divinidad.

En atención a su resurrección gloriosa y a su triunfo sobre la muerte y el pecado, Dios le constituyó dueño y Señor de todo lo creado. Rey de reyes y Señor de los que do­minan; superior a los Principados y Potesta­des en el cielo y en la tierra, de suerte que es Rey del Universo, no sólo porque es Dios, sino también en cuanto hombre, con un nuevo título que ilustra su dignidad. Ese tí­tulo es: haber adquirido por su muerte y su resurrección gentes de todas las razas, pue­blos y naciones, y haber adquirido espiritualmente un pueblo de sacerdotes y profetas, al que rige y gobierna mediante la ley del amor.

La realeza de Cristo es de carácter abso­lutamente espiritual; por eso tiene la supre­macía sobre todo, porque el espíritu sobre­ puja y supera a la materia.

Es una realeza que viene de otro mundo, y que tiene un objetivo más alto que todo lo terreno. Jesús mismo dijo a Pilato: Mi reino no es de este mundo Jn 18, 36). El suyo es un reino eterno y universal, que comprende a todas las creaturas; es el reino de la verdad y de la vida, de la santidad y de la gracia; un reino de justicia, de amor y de paz (Prefacio de la Misa de Cristo Rey), que se actúa y sub­siste en la inteligencia y en la voluntad de las personas, con una adhesión a la Persona de Jesús y un sometimiento dócil a sus man­damientos.

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